El sacerdote es ministro de
Cristo y, en la celebración de la misa, ofrece el santo sacrificio
in persona Christi (en la persona de Cristo), lo cual quiere decir más que en nombre o en vez de
Cristo. In persona quiere decir en la identificación específica sacramental con el sumo
y eterno sacerdote, que es el autor y el sujeto principal de este su propio
sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser
4 McKenna
Briege, Los milagros sí ocurren,
Ed. Asociación internacional de María
Reina de la paz, 1999, pp. 132-134. 5
Epistolario I,
297. 6 Ratzinger Joseph, Mi vida, Ed. Encuentro,
Madrid, 2005, p. 92.
6
sustituido por nadie7. En la misa, Cristo absorbe
la persona del sacerdote y actúa a través de él, que es su ministro e instrumento. El sacerdote le
presta su voz, sus manos, su cuerpo. El que habla en la misa, no es el
sacerdote humano, al que escuchamos. Ciertamente, oímos su voz, pero su voz
viene de más arriba, de más hondo. Es la voz de Cristo, que habla a través del sacerdote. Sus manos
son las manos de Jesús, porque, en realidad, es Jesús quien celebra la misa por medio del sacerdote. Él es el único y eterno sacerdote; pero, como a Él no lo vemos ni oímos, necesita del sacerdote, como de una pantalla,
para proyectar su propia vida, su amor, su voz y su ofrecimiento permanente por
la salvación del mundo. Ahora bien, el ofrecimiento de Cristo, es decir, su misa no
la hace solo. Ofrece continuamente consigo a su Cuerpo, que es la Iglesia, y
quiere que todos los fieles, empezando por el sacerdote y los que asisten a la
misa, se ofrezcan, junto con Él, al Padre, por la salvación del mundo. La misa, como
dice el canon 899, es una acción de Cristo y de la Iglesia, en la cual Cristo Nuestro Señor, por el misterio del sacerdote, se ofrece a sí mismo a Dios Padre. Por eso, el sacerdote no
puede ser sacerdote de Cristo sin la Iglesia, pues Cristo y la Iglesia están íntimamente unidos como la
Cabeza y el Cuerpo. Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su Cuerpo (Ef 5, 23). Vosotros sois el Cuerpo de
Cristo (1 Co 12, 27; Rom 12, 5). Por lo cual, el sacerdote debe celebrar la misa
en unión con todo el universo y con todos los hombres.
En la celebración eucarística no sólo hay comunión con el Señor, sino también con la creación y con los hombres de
cualquier lugar y tiempo... La celebración eucarística no es
sólo un encuentro entre el cielo y la tierra, sino también un
encuentro entre la Iglesia de entonces y la de hoy, entre la de aquí y la de allí... Nombrar
al Papa y al obispo significa que celebramos realmente la única
Eucaristía de Jesucristo y que solamente podemos recibirla en la única Iglesia... La celebración de la misa necesita del
sacerdote, que no habla en su propio nombre, no actúa como si se tratara de una
tarea propia, sino que representa a toda la Iglesia, a la Iglesia de cualquier
tiempo y lugar, a la Iglesia que le ha transmitido a él lo que ella misma ha
recibido8.
La Eucaristía solamente puede celebrarse correctamente, si se celebra con toda la
Iglesia. A Jesús solamente lo tenemos, si lo tenemos con los demás. Y porque
en la Eucaristía solamente se trata de Cristo, precisamente por eso, ella es el
sacramento de la Iglesia. Y por el mismo motivo sólo puede ser celebrada en
unidad con toda la Iglesia y contando con su autorización. Por eso, el Papa
aparece en la plegaria eucarística en la celebración de la Eucaristía. La comunión con él es comunión con la
totalidad, sin la cual no se puede dar la comunión (plena) con Cristo...
Nuestra fe y nuestra oración sólo son correctas, cuando en ellas pervive sin
interrupción la auto-superación, la autorrenuncia a aquello que nos es propio, la
cual nos conduce hasta la Iglesia de cualquier lugar y tiempo: ésta es la
esencia de la catolicidad. De eso se trata cuando nosotros, por encima de lo
propio, nos unimos al Papa y de ese modo nos incorporamos a la Iglesia de todos
los pueblos9. Como muy bien ha dicho alguien, hay que darse cuenta con toda claridad de
que la misa que se celebra, no es la misa del padre Juan, o del padre Antonio,
sino la misa de Jesús y, por tanto, no podemos celebrarla a nuestro gusto y de acuerdo a
nuestras ideas y opiniones, sino de acuerdo a lo que Cristo quiere, según las normas establecidas
por la Iglesia universal y que tienen una continuidad viva y progresiva desde
la misa de la Última Cena hasta ahora.
Pero se ha llegado al extremo
de que algunos grupos litúrgicos se autofabrican la liturgia dominical. Lo que
se ofrece aquí es, sin duda, el producto de unas personas listas y trabajadoras que se
han inventado algo. Pero eso
7 Pablo
VI, carta sobre el culto de la Eucaristía
Nº 8. 8
Ratzinger
Joseph, La Eucaristía, centro de la vida, Ed. Edicep, Valencia, 2003, p. 57 –
58. 9 ib. p. 134.
7
no significa encontrarme con la Alteridad absoluta,
con lo sagrado, que se me regala, sino con la habilidad de unas cuantas
personas. Y me doy cuenta de que no es eso lo que busco. Que es demasiado poco
y un tanto indiferente. Hay que respetar la liturgia, que no puede ser
manipulada10. A este propósito,
recuerdo el caso de algunos sacerdotes conocidos, que, en el ambiente de
renovación del post-concilio, querían cambiar la misa, porque era muy anticuada y
celebraban la misa con un canon, copiado de alguna revista o inventado por
ellos. Después, poco a poco, sólo celebraban la misa, cuando alguien les daba
alguna intención. Rezaban poco; porque, para ellos, todo lo que hacían era oración, pues todos los días estaban, a todas horas,
hablando de Dios a los demás. Y, sin darse cuenta, desobedeciendo, sin rezar el
Oficio divino, se iban vaciando por dentro hasta que el sacerdocio se les hacía un peso difícil de llevar y no le
encontraban sentido. Creían que era mejor y más útil dedicarse al servicio de
los pobres, en vez de estar atendiendo al Despacho parroquial o celebrando
sacramentos en la iglesia. Al final, terminaban abandonando el sacerdocio. Después de años, he
podido hablar con algunos de ellos. Y todos reconocían que, si les hubieran
motivado más para orar y si las circunstancias hubieran sido más favorables, no hubieran
dejado nunca el sacerdocio. Con la experiencia de los años, se habían dado cuenta de que ser sacerdote de Cristo y de la Iglesia significa
obedecer y amar. Algunos son todavía buenos católicos, otros no tanto. El
camino de cada uno es muy personal, pero lo cierto es que, sin amar a la
Iglesia y sin obedecer a las autoridades legítimas, no se puede ser buen
sacerdote ni estar plenamente unidos a Cristo y amarlo de todo corazón; ya que, de otro modo, se
pierde el sentido de la dignidad sacerdotal y el sacerdote busca ser un laico más, no sólo en el vestir, sino también en su vida y en sus costumbres.
Por eso, el Papa Benedicto
XVI les dijo a los sacerdotes polacos en Varsovia el 25-5-2006: ¡Creed en el gran poder de vuestro sacerdocio! En
virtud del sacramento habéis recibido todo lo que sois. Cuando pronunciáis las palabras “yo ” o “mío” (Yo te absuelvo, Esto es mi
cuerpo...) lo hacéis, no ya en vuestro nombre, sino en el nombre de Cristo (in persona
Christi), que quiere servirse de vuestra boca y de vuestras manos, de vuestro
espíritu de sacrificio y de vuestro talento. En el momento de vuestra
ordenación, mediante el signo litúrgico de la imposición de las manos, Cristo os
tomó bajo su particular protección; estáis ocultos bajo sus manos y en su Corazón. ¡Sumergíos en su amor y entregadle
el vuestro!... En un mundo en el que hay tanto ruido, tanta desorientación, es necesaria la adoración silenciosa de Jesús oculto en la hostia.
Cultivad con asiduidad la plegaria de adoración, y enseñadla a los fieles. En ella hallarán consuelo y luz,
especialmente las personas que sufren. De los sacerdotes, los fieles esperan
una cosa: que sean especialistas en fomentar el encuentro del hombre con Dios.
No se le pide al sacerdote que sea experto en economía, en construcción o en política. De él se espera, que sea experto
en la vida espiritual. DIGNIDAD DEL
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